miércoles, 31 de diciembre de 2008

30 días sin ti


Treinta días sin ti.
Sin tus abrazos de humo acariciando mi alma
Sin tu dosis de deliciosa calma.
Sin seguir tus cantos, tus manipulaciones y artificios.
Sin dejarte entrar en mi.
Sin entregarme a ti,
sin ser tuya, como no lo he sido de nadie.

Todavía acaricio tus dedos esparcidos por toda mi casa.
Todavía coqueteo con el recuerdo de tu olor y sabor
y te busco en otras pieles, en otros labios
y te encuentro complacida.
E incluso deseo encender tu fuego cuando te aman otras bocas.
Pero aunque en sueños me poseas como antes
y el calendario se empeñe en citarnos, ya no puedes conmigo, compañero, porque de nuevo SOY MÍA.

martes, 30 de diciembre de 2008

Mis monstruos



Esta foto daría para un cuento entero sobre duendecillos a los que sus mamis les han enseñado a no ser buenos, por ejemplo, pero esto hoy va de música, de monstruos...

Por supuesto hay mucho más pero para empezar dejo esto.

Me traería a cualquiera de los tres a vivir a casa, es así, pero si tuviese que elegir me quedaría con el jefe.

Para todos ustedes ¡Bruce Springsteen con Sting, U2 y R.E.M!





sábado, 27 de diciembre de 2008




Supongo que muchos ya habreis visto y disfrutado de este vídeo, pero como me lo envió Lola me ha apetecido mucho compartir con vosotros su regalo.

Parte de su dedicatoria dice así:

"La misma corriente de vida que corre por mis venas noche y día
corre a través del mundo y baila en movimientos rítmicos...

Es el principio del poema de Tagore que se escucha en esta canción .

Admiro a Matt y la sencillez con la que llega a la gente, a todo tipo de gente...

...Baila mientras puedas, reina, cuanto más mejor"







Aquí os dejo la traducción del poema de Tagore




(Praan): CORRIENTE DE VIDA

Es la misma corriente de vida que corre por mis venas día y noche,
la que baila en el mundo con un ritmo suave.

Es la misma vida que surge del polvo de la tierra en innumerables briznas de hierba
y rompe en oleadas de flores y hojas.

Es la misma vida que reside en el océano,
cuna del nacimiento y de la muerte, mecida por mareas y reflujos.

Siento que mi ser fue bendecido por el contacto con este mundo de vida.
Y mi orgullo proviene del latir de las eras bailando por mi sangre en este preciso momento.


Rabindranath Tagore
Garry Shyman Músico

martes, 23 de diciembre de 2008

Lola



La casa de Lola está rodeada por macetas con ciclámenes de todos los colores. Está dentro de una finca llena de viejos frutales de troncos minados por líquenes plata, inmensos magnolios y hermosas camelias de piel suave con muy distintas floraciones. Una buganvilla, convertida en gigantesco árbol, enguirnalda de verde y fucsia la barandilla de piedra de la terraza. Un bosque de pinos y robles duerme su sombra tras la casa albergando escondrijos para conejos, gallinas, perros y niños. Huele a aldea gallega, a niebla desprendiéndose de la hierba gracias al sol de esta mañana de noviembre y a leña húmeda ardiendo en la chimenea.
Me sorprendo ante mi deseo irracional de teletransplantar a mi jardín cada uno de esos árboles con todos los cantos de pájaros que llevan dentro. También me sorprendo admirando lo que el paso de los años consigue sobre una tierra bien cuidada y deseando acabar mis días mirando mi huerto así de viejo.
Estoy allí porque su habitación es el centro neurálgico de la aldea…e incluso del pueblo.

-Hola, soy Chusa.
-Yo soy Lola.
-Un placer, Lola.

Su habitación es un gran salón que antes fue un gran comedor donde celebrar fiestas un par de veces al año. Su cama, que recuerda una cápsula espacial, preside toda la estancia. Está situada de tal modo que puede verlo todo: puertas, ventanas, flores, árboles, jardín, mar, cielo, pantallas… y más pantallas. Tras su cabeza dos puertas de madera muy grandes y muy cerradas.
Lola mueve una palanca y su silla de ruedas camina hacía mi ofreciéndome asiento.

-Si te da “cosa” pedimos otra silla.
- Me da “cosa”, Lola, pero me apetece saber “qué cosa” me da, - le contesto con media sonrisa y embargada de la dulzura que me produce la fragilidad tan desnuda ante la que me encuentro.
- Me gusta recibir sola, no me gusta que estén por aquí mientras conozco gente nueva. Luego no me importa, pero es que ya no soy la que era, ya no puedo estar a tanto a la vez… ¡una lata!

Lola está tumbada sobre un edredón de hierbas y piedras de río fotografiadas. Tiene unas facciones hermosamente pequeñas y una piel envidiable. La musculatura de la cara parece haberse mudado hacia su mirada, ahora intensa, penetrante y sostenida sobre la mía hasta el fin de mi visita. Tiene el pelo largo e increíblemente bien peinado para vivir sobre una cama. Parte de su melena está sujeta en un pequeño moño por encima de la nuca, y la otra la deja precipitarse sobre su cuello en rizados mechones, de modo muy sensual y coqueto. Está vestida con ropa china, blusa y pantalón de color verde con dibujos de ramas de cerezo y hermosos pájaros blancos. Lleva los pies envueltos en una suerte de patucos con almohadillas apoyatalones. Huele a jazmín. Lo distingo a leguas porque es el perfume preferido de una de mis mejores amigas, y este olor me incita a sentirme más cómoda frente a ella. Aún habla perfectamente, pero cuando deja de hacerlo, porque se fatiga un poco, la mandíbula se le abre involuntariamente dándole un aspecto de fragilidad infinita. Ya se baba, lo sé porque la veo limpiarse periódicamente. Aunque apenas sea imperceptible a mis ojos, su saliva queda alojada en las comisuras de sus morados labios y ella, que la siente recordándole lo que le espera, procura quitársela antes de que nadie la vea, y lo hace con la finura de quien desliza la servilleta antes de beber un afrutado vino frente a un rey de Bohemia. Mueve sus brazos con mucha lentitud, y de modo un modo extraño, cómo si hubiese extraviado fotogramas con los que sus espectadores perdiésemos la capacidad de ver el desarrollo del movimiento entero. Su cuello ya apenas sujeta su cabeza, por ello sobre los hombros, y por encima de la ropa, lleva una especie de muletas sujetacabeza, que no alcanza, a mi entender, el rango de collarín “homologado”.

-Hoy estás así y mañana asá. No pierdas nunca esta perspectiva. Es lo único que me atrevo a aconsejar con conocimiento de causa. -Es su primera frase dedicada a mi persona sobre lo que le pasa a su cuerpo.
- Una inocente visita al oculista... ¡maldita la hora! ¡Nunca vayas al médico aunque sea a por unas gafas! -me dice sonriéndome con sus ojos más que con su boca.- Un análisis de sangre, cuatro pruebas de nada y una sentencia mortal.
Pronuncia el nombre despacio, me habla del científico que la padece “cuyos ojos encierran un universo entero” y continúa con el semblante muy serio y con un timbre de voz muy cambiante.
- Una enfermedad que en mí avanza como una loca despiadada. La odio, de verdad, cada vez más. - Y sigue hablándome de “la lata” que le da, mientras enciende un Mac con un teclado tan blanco y tan plano que me recuerda a una tableta de chocolate.

Me ha dicho un amigo que Lola es la persona que más sabe de recursos laborales en ese pueblo. Sé que dirige una empresa de páginas web o algo así, pero poco más.

-¿Qué te interesa saber de esta zona? - Me suelta Lola, mientras descorre las cortinas con su super mando a distancia y un chorro de luz se derrama sobre su cama convirtiendo su piel en auténtico nácar.
- Pues básicamente los sectores que en esta zona generan empleo… -Intento seguir la conversación, todavía alucinada con todo lo que estoy viendo y sintiendo, aunque en realidad mi educación sea la que me impida preguntarle lo que mi curiosidad me indica: si las partes inmovilizadas de su cuerpo... aún sienten.

-Aquí el empleo para la mujer es precario y temporal. - Continúa Lola - A muchas mujeres llevan años contratándolas y despidiéndolas sin adquirir ningún derecho, pero es lo que hay, ya sabes, supongo… conserveras, bodegas, y hostelería, poco más… de momento. -Dice mientras una chiquilla de veintipocos años, con aspecto de japonesa viene a susurrarle que tiene una llamada de Francia.

- Pois aténdea a ti. ¡ Fráncés, érache o que me faltaba!
-Dice en un gallego rápido metralleta que no se como es capaz de pronunciarlo.
- E que vou a atender se non sei francés, Loliña?
-Preguntáches quén é?
-E que voy pregunta se non sei… - insiste la que deduzco será su secretaria
¡Ay que pouco espíritu tés...trae paquí!
¿Aló? “ LLe sui Lola, e vu quén é vu?!
Le explica como puede y con un “em pezón” por el medio estilo Tip y Coll que le llame dentro de media hora porque ahora está reunida con una empleada de la Xunta. Cuelga el teléfono y le pide a la chiquilla que vaya a buscar a la hija de Marisa la raposa, la que vive junto al cruceiro,
- E que estivo en Suiza e parla francés . - Dice a la jovencita mirándome a mí, para continuar hablando conmigo en un tono que no esperaba ni por asomo.

-Estás aquí porque conoces a Victor, si no no te recibiría, que esto no es ningún circo - me suelta saltándose toda la cortesía anterior.- Disculpa mi brusquedad, pero tienes que entender que para el tiempo que me queda sea una exquisita eligiendo con quien compartirlo. Pero Victor es mi amigo y me dijo que lo que yo te cuente puede hacer mucho bien a muchas mujeres, así que allá voy.

Si tienes que elegir cursos sobre reciclaje laboral para mujeres deberías de empezar por traerte a personas capaces de fomentar la creatividad y el cómo sacarle partido. Talleres de creatividad, formación para llevarla acabo y asesoramiento empresarial. Eso deberían ser los Nidos de empresas y por supuesto no estar ligados sólo a la universidad, ni a las asociaciones de empresarios tradicionales ¿que se creen que los recursos sólo viven dentro de los universitarios o de los que ya son empresarios?.
No te va a servir de nada enterarte de que en esta zona la demanda de empleo es esta o la otra. ¡de nada! ¿te crees que eso no lo saben ya las más interesadas…?

Ufff, -dijo mi boca sin pedirme permiso, para todavía eschucharle decir ante mi propio asombro:
- ¿Lola, te importa si me descalzo?

Sentí todas las ganas del mundo de soltar mis ataduras con ella, pues desde hacía un mes, que le había dicho a mi jefa esa última frase de Lola aún sabiendo que le importaría un huevo, siento que hago mi trabajo para disfrute personal, pero que poco podré hacer por el “reciclaje” de mujeres en paro.

-Estás en tu casa, guapa, y como si te pones en pelotas… Aquí, cerca hay una playa nudista a la que voy en verano. ¿Sabes como empecé yo?
- ¿A qué, a desnudarte? - Le pregunté soltando una gran carcajada.
Algo sabía, por eso estaba allí, pero muy poco.

- Serás pendeja... Ya me dijo Victor que me gustarías, que eras de mi misma especie…
y así, con ese piropo, que recibí como el mayor de los halagos, abrió Lola para mi sus puertas.
Las puertas de madera se abrían tras ella cuando me fijé que un carril en el suelo puede liberar su cama de la quietud y trasladarla cuando ella desea a la habitación que nació tras su cabeza.

-Vamos, es que puede que me ponga a llorar… me pasa muchas veces, y yo lloro, lo mismo que pierdo otros líquidos, delante de quien a mí me dé la gana.

Al entar vi una estancia muy cálida, con techos de friso blanco y una gran galería que da al bosque, y un sofá muy acogedor y cómodo en el que me pide que me siente. Ella incorpora su cama mucho más y comienza a contarme:

Me casé a los veinte años, tras abandonar mis estudios de enfermería para poder cuidar a la que aún no era ni mi suegra, y toda mi vida la dediqué a cuidar suegros, padres, e hijos y como único hobby llegué a tener el arañar la tierra para quitar cuatro tomates y cuatro almejas, mientras esperaba, día tras día, que mi hombre volviese a casa al menos un mes al año… y no se marease demasiado en tierra.
Hace seis años, cumplidos los cuarenta y tres, me diagnosticaron esta enfermedad y tuve una única necesidad: sentirme viva y a ser posible independiente. Pero poco a poco me di cuenta de que sin lo segundo lo primero no me parecía vida. Necesitaba tomar decisiones sobre como vivir el tiempo que me queda y no sentirme atada a nada, ni a nadie que me lo impida. No soportaba la idea de que “mi hombre” (en Galicia al marido se le llama meu home) siguiese junto a mí por responsabilidad o pena. Sólo acepto tener pareja porque me ame y le ame, lo otro en el mejor de los casos podría ser amistad, cariño, solidaridad, pero para eso se tienen otras relaciones y no a un marido. Pero además, el choque contra mi realidad fue tan brutal que cuestioné toda mi vida hasta ese momento, y me di cuenta que la no sabía si quería seguir con mi marido era yo…porque en realidad no quería seguir con casi nada de lo que había tenido hasta entonces. Supuestamente lo amaba mucho, vivía para él y nunca me había imaginado nada que hiciese tambalear nuestras cuatro paredes, y menos una enfermedad tan incapacitante.
Una noche, mientras me llamaba su amor y me juraba que siempre cuidaría de mí, sin saber por qué, salieron disparadas todas mis penas de mujer de marinero que cuida a su familia en tierra y se siente abandonada por su amor. Me juré a mi misma que no moriría sintiéndome así, porque la sensación que tenía desde hacía años era la de estar enganchada a un mal vicio, por mucho que el mundo me contará que era un pobre trabajador. Y en ese justo momento tuve la primera certeza de mi vida: seré libre y haré lo que quiera y pueda con mi vida.
Es curioso, la certeza me invadió de ganas como antes lo había hecho el enamoramiento.
Me apunté a cursos ofertados por el INEM de informática, otros de contabilidad, y de no se cuantas cosas más sin saber muy bien que quería hacer y, sobre todo, escuché una y mil veces eso de “a dónde piensas llegar contra la gran preparación que tiene ahora la gente joven y estando como estás tú”.
Mientras pude caminar, durante dos años, acudí a un montón de cursos sobre programas de ordenador: diseño gráfico, maquetación, animación, y todo aquello que ni sabía que me gustaba y que se daba cada vez mejor. Al año y medio ya había hecho no sé cuantas páginas web para los amigos y vecinos, y lo mejor de todo, había sorprendido a todo el mundo con mi creatividad desbordante. Resulta que yo era creativa y ni lo había imaginado…(gran carcajada)
El día de Navidad, cuando conté a mi familia y amigos que quería dar el salto empresarial empezaron a lloverme consejos.
“Todo el mundo hace páginas web, no vas a encontrar mercado” -dijo mi cuñado.
“Eso es muy difícil, te vas a desilusionar y va a ser peor para tu enfermedad,” -dijo mi madre.
“Esta bien que te entretengas, pero empeñarte en sacarle rendimiento económico te va frustrar mucho, mejor que te busques otra meta” - dijo mi marido.
“No le digáis eso a mamá, necesita mantener una ilusión, qué más os da” – dijo, sin creer en mí, mi hija mayor.
- ¡Joder!, dejarla en paz, es su vida y que haga con ella lo que le de la gana. Siento pena por todos vosotros porque no creéis en ella y eso significa que no la conocéis de nada. Mamá es capaz de cualquier cosa, incluso de seguir feliz si fracasa en el empeño. - dijo mi hija pequeña.

Fue mi mejor amiga la que buscó por Internet ayudas de la administración para empresas que querían empezar a venderse en la red, y la que me trajo la posibilidad de esas subvenciones. Así que empecé a llamar a empresarios locales (al de la serrería, al de las puertas de aluminio, al de las gaseosas, etc) para gestionar la subvención y cobrarles exactamente lo que les daba la Xunta.

-A ti te sale gratis y yo lo hago todo, qué más te da, o quieres quedarte fuera de Internet, que hoy en día es lo mismo que no existir”
Fai o que queras, me dijo alguno...(gran risa) Así empecé con la gente de por aquí. Como no tenían ni logo, pues hacía logos, como no tenían sobres ni tarjetas, pues imagen corporativa, y de boca en boca no paraba de sonar mi móvil. Así llegué hasta aquí, con seis empleados y mucha satisfacción. Además hay un montón de personas del pueblo que han encontrado trabajo en las empresas de mis clientes.

Fue la necesidad de hacer con mi vida “lo que YO PUEDA, no lo que A OTROS LES PAREZCA APROPIADO lo que me trajo hasta aqui”
¿Qué me esperaba si me hubiese dejado llevar por lo que era “lógico” y “razonable”? ¿Joderle la vida a mis hijas como me la jodieron a mí? ¿Morir desesperada por ver como se me escapa la vida sin haberme sentido a gusto conmigo?
Ya no quiero vivir así. Y hora ya ves… tengo una empresa, doy trabajo a la gente, ayudo a los demás a encontrarlo y lo paso bien. Ahora mismo dos de mis clientes necesitan un veterinario y un técnico de sonido y creo que ya se los encontré.

-No hay día que no llore por mí, Chusa. - me dice enjuagándose las lágrimas - Me muero de miedo y pena por tener que irme tan pronto, pero por primera vez me gusto y me gusta mi vida, y eso es impagable. Llega un momento que sólo te puedes agarrar a lo que eres y debes luchar por ser como tú deseas ser.

-¿Sigues con tu marido? Le pregunto acariciándome un pie.

-Sigue aquí, de vez en cuando, como siempre, un mes en tierra y una vida en el mar, pero ya no es mi marido, él ya lo sabe aunque se emperre en seguir diciendo que soy su mujer.
Ahora lo que tengo es un amante… por Internet. - Me suelta sonriendo del modo más coqueto que podáis imaginar.- Decían que me lo inventaba, nadie me quería creer, -sonríe- pero lo amo como nunca amé a nadie, como si fuese mi primera vez. Ya estuvo en casa, pero le dio un brote y no podrá volver hasta sabe dios…Ahora soñamos juntos con su vuelta, para poder irnos juntos también. No sé si será posible, porque yo ya le he puesto un límite a mis días…me he puesto un tope de incapacidad, tengo todo preparado ya... pero le estoy preparando otra cama junto a la mía y espero que tengamos algún tiempo para disfrutar de nuestra piel. ¡Ay cómo lo amo! y sonríe sin parar
- ¿Sabes, Chusa? Esta enfermedad no me priva de la conciencia ni de ningún otro sentido, y del que menos del tacto…
Ahí vuelven las niñas, ¡vámonos de aquí!

Lucía, su secretaria, y Marisiña, entraron en la habitación en la que recibe Lola. Marisiña viste de chándal rojo de terciopelo y atado sobre este un mandil de cocinar. Lleva el pelo corto peinado con mechones de punta rubios, castaños, y malvas.
- Ola Marisiña! senta por ahí. Lucía, ofrécelle un café. E qué non sei si non térei que contratarche de traductora de Francés.
- ¡Ay non sabes que alejría me das! E que estou hasta o cú de tanta casa… O que sexa Lola, que eu con andar a tua beira xa che son feliz…
- ¿Viches que guapiñas andan as rapazas de equí? -me dice Lola toda orugullosa- E que animamos a Rosa, a peluqueira, a que se reciclara…porque non lle iban as mozas a peinarse alí ,e agora andan todas que parecen abubillas.
-Loliña, dice Marisiña, a Rosa mandáchela ti a Barcelona , non te quites o mérito.

Suena el teléfono y es Rosa, la peluquera, para decirle que mañana toca tinte y manicura y que a qué hora le viene bien.
- Ay dios mío, no me despeino y ya me quieren peinar...se queja Lola hinchando el pecho como un pavo.Eso sí tengo unas uñas preciosas.

Su empresa tiene nombre de sueño increíble (no lo voy a revelar). Tiene seis trabajadores, incluida su hija pequeña. Fuera de sus amigos, vecinos y su familia, nadie sabe nada de su condición física. Todo lo hace por teléfono y por Internet.

-Lola, dime algo que te apetezca mucho y que yo te pueda traer…
-Traéte tú , no necesitas ninguna disculpa para volver…

Me fui de aquella casa sabiendo que no podría dejar de volver, claro que si. La semana pasada regresé a llevarle una compota de higos que me regaló otra increíble mujer. Esa tarde conocí a muchas personas de su familia, entre otras a su hija mayor, que “por culpa” de la enfermedad de su madre lleva tres años sin poder estudiar, ni trabajar, y mendigando amor a un novio agotado.
Lola le ha dicho al muchacho que cerca de Oporto un nuevo amigo suyo necesita un veterinario…

- Es que me da una pena este chaval… ¡dios mio, cuantas cosas hice mal! - me dice mirando a su hija.

Victor me cuenta que pasará con ella la Navidad, también me cuenta, con su permiso, el momento en que Lola tiene decidido parar:
el día que sus manos dejen de responder a sus órdenes, ella... las abandonará.



viernes, 19 de diciembre de 2008

Feliz Navidad




Me gustan las voces que parecen arrastrar pesadas cadenas sujetas al alma... aunque sea en Navidad.
Me gusta Paul Auster, me gusta Harvey Keitel, me gusta Smoke, ¡me gusta Tom Waits!, y me gusta este cuento de Navidad.

¡Feliz Navidad!

lunes, 1 de diciembre de 2008

Lo dejo

Abandono el barco, la tribu a la que pertenezco desde los quince años.
A las 11:59 del 30 de Noviembre dí mi última calada.
Besé mi último cigarrillo como besaría al hombre que amo si llegase el momento de tener que abandonarlo: lo olí, lo acaricié, y... lo encendí.
Absorbí su delicioso humo hasta las mismas puertas del alma, dejé que se colase por mis rendijas y dibujase con su aroma la palabras placer y calma, sabiendo que no volveré a alcanzarlas hasta que me cure de su ausencia.
Calada tras calada me despedí de él sabiendo que jamás volveré a dejarlo entrar en mi, aunque lo añore hasta la rabia.
Dejaré el café , los dulces y todos los sabores que me lo recuerdan.
Llenaré mi casa de cigarrillos por todas las esquinas para sentir el poder de no encenderlos.
Buscaré reposo en tu boca, y en vez de sentarme cada tarde en el sofá, me calzaré las botas de caminar sin rumbo hasta caer rota. Y pasará...

Con las chicas de mi tribu quedaré para bailar sin toses, ni fatigas, ni amenazas de mi médico.


No se subir la canción pero estoy escuchando : Smoke Gets in Your Eyes


http://www.youtube.com/watch?v=AmeVGKnf7w8


















viernes, 28 de noviembre de 2008


He salido a fumar un cigarrito por la calle que nos trae hasta casa, sintiendo las hojas de los árboles bajo mis botas y la lluvia sobre mi paraguas, y, tras recordar la entrada de Lenka sobre cómo estamos, me he sorprendido preguntándome qué es para mí la felicidad.

Me he contestado que yo me siento feliz cuando no tengo que preocuparme de la salud de ninguna de las personas a las que amo, y que a partir de ahí lo más cotidiano y sencillo paso a catalogarlo como felicidad, y me doy cuenta que cuando me pongo a buscar situaciones en las que me siento feliz me encuentro con mis ratos más cotidianos:

Despertar atada a sus piernas, besarlo y volverlo a besar. Ponerme el pijama, desayunar solos frente al mar y sin que haga falta hablar, y despedirnos con un beso sin palabras pero que lo dice todo, incluso lo dormidos que seguimos estando.
Lavarme los dientes con la pasta de menta y bicarbonato que hace la hija de Arantxa, ducharme viendo los árboles y untarme de crema hasta las orejas. Pintarme una raya marrón, verde, o azul en los párpados, según el día y la camiseta, peinar y estirar mis pestañas con gel, vestirme, mirarme al espejo y…gustarme.
Abrir las persianas, poner albornoces, besos y desayunos, ayudarles a despertar, a vestirse, a bajar al cole, besarlos y volverlos a besar y salir a trabajar, recordando que a la ex de mi chico le haya salido un curro tan fascinante, con un jefe tan maravilloso, que de repente ha caído en la cuenta de que los niños como mejor están es… con su padre… ¡juhuuuu!

Mi actual trabajo me gusta mucho (además tengo el privilegio de poder partir jornada y sueldo a la mitad casi todo el año) me permite conocer a un montón de personas catalogadas por la administración como “colectivos”, pero que casi siempre pasan a formar parte de mi patrimonio personal. Aunque a veces piense que ya he conocido a medio mundo, no pasa un solo día de mi vida que no vuelva a casa sorprendida por algo que haya visto, o hayan dicho delante de mí.
La última semana me encontré con una mariscadora que arando la bajamar escuchaba “Los pescadores de perlas” de Bizet en su mp3, y con unas agricultoras, y amas de casa rurales, de más de sesenta años, que cultivan mariguana, como otras cultivan orquídeas. Mujeres que han aprendido a descreer que sean los hijos y los nietos los productores en exclusiva de su felicidad, y que muestran orgullosas el minucioso plan de viabilidad de su futura cooperativa, que dedicarán a la elaboración de empanadas de algas. Mujeres que ríen, cómplices de risa floja, de lo poco que en ellas creen los demás.

Una de las cosas que mas me gusta, y no tengo ni idea de por qué, es comer sola en cualquier bar de cualquier pueblo de mar y conducir de vuelta a casa escuchando mi música a todo volumen. También me gusta que mis tres y media me den delante de la puerta del colegio. O que si se me hace más tarde, saber que los niños han subido de casa en casa, de vecino en vecino, y tener que preguntar, puerta por puerta, en donde están.
Me encanta verlos llegar hacia mí, con el retrato de lo que ha sido su día dibujado a trazos en ojos y bocas. Con sus palabras atropelladas y negociando conmigo sus planes con sus amigos, y con sus otros padres.
Entrar en casa y que huela a leña porque Rosina , la viejita de enfrente , haya entrado a encender la chimenea y a husmear por “la interné” a ver si tiene correo del hijo que ahora vive en Canadá .
Me encanta tirarme en el sofá mientras cada niño se dedica también a su soledad.
Me emociono como una adolescente cuando escucho a Laika, la perra del panadero, ladrando las cinco y diez y el regreso de mi chico. El sonido de sus pasos y los gritos de ¡papá, papá, ya viene papá! son la mejor manera de empezar cualquier tarde.
Y a partir de aquí todo sería una lista de “me encanta”, así que allá voy:

Los abrazos, los besos, las cosquillas y que quepamos todos en el sofá.
Que la tarde se estire hasta la noche con esa sensación de hogar.
El trasiego de vecinos, amigos y de los otros papás de nuestros niños, entrando y saliendo sin llamar.
Los deberes, los juegos, los paseos, las salidas por castañas, setas, y ahora musgo, para poner a pie del árbol de Navidad.
El río, la playa, la ciudad.
La cadena de lavado, secado y encremado que montamos en la ducha, y las respuestas fijas a la pregunta ¿qué queremos cenar? Y el baile en el que desde ese momento se converte el acto de preparar la cena.
Vivir a las afueras de un hermoso pueblo frente a una hermosa ciudad y ver como el sol es tragado cada noche por el mar.
Las fundas nórdicas dobladas desde la mañana a los pies de las camas, y estirarlas cuando nos vamos a acostar.
Limpiar los baños por las noches, y que cada uno escoja la ropa que va a usar el día siguiente y prepare sus mochilas y carteras.
Nuestra minimalista casa y lo poca guerra que da para limpiar.
La huerta, cultivada por Andrés, el mejor narrador de historias de miedo para niños del mundo mundial.
Las alfombras llenas de juguetes, la nevera llena de dibujos, las mesas llenas de pinturas, los sofás llenos de niños.
También me gustan las tardes y las noches que los niños se van con sus respectivos papás y nos dedicamos, casi en exclusiva, a ser pareja de “hecho y lecho”.
Me gusta meterme dentro de su abrigo y besarnos sin prisa, oler su cuello, y verme en sus ojos.
Pasear muy abrazados dejándonos llevar por el primer camino que encontremos.
Incluso me hace feliz poder gritar como una loca cuando me cabreo tanto con él y saber que nada en nuestro mundo ha hecho crack.
Suelo dormir por tiempos, en cualquier parte, da igual que sea silla, cama, coche, o sofá, y que esté la casa llena, o a la mitad, cuando estoy quieta de noche y alguien se pone a hablar caigo como una piedra. Así que siempre me lavo y me pongo el pijama en cuanto los niños se van a la cama, esté quien esté en casa. Irme despacio, en medio de una conversación, cuanto más interesante mejor, me resulta de lo más placentero. Aunque muchas personas lo sepan, lo rían incluso, pero muy pocas lo entiendan. “ Ay no os vayáis por favor que estaba a punto de quedarme dormida” eso digo y… esa soy yo en busca de la felicidad que cierra mis días.
Cuando me voy a la cama me quito el pijama y enciendo las estrellas, y entonces suelo estar un buen rato despierta, leyendo, hablando, amando, hasta que todo vuelve a comenzar.

Así estoy yo, Lenka. Gracias por preguntar.


sábado, 8 de noviembre de 2008

El regalo de Manuel




-¡Percebeira!, así me llama Antonio, un viejo lobo de mar que conocí el primer año de caer por estas tierras, cuando yo era más cabra y más alcohólica, y creía poder hacer lo mismo que los percebeiros da costa da Morte.
- Vengo a verte, para ver si puedes ayudar a un amigo mío, ahora que estás na Xunta, é que eres unha autoridade.
Risas, carcajadas, abrazos y besos, por la alegría que experimento cada vez que veo aquellos ojos oceánicos desde donde asoman todas sus mareas en perfecto equilibrio. De la bajamar a la pleamar como del dolor al gozo. La sabiduría en estado puro atrapada en un ser capaz de asumir todos sus estados intermareales. Por ello, y por la gracia que me hace que él siga confundiendo cualquier despacho con la Xunta, y a cualquier empleaducha, como yo, con una autoridad me conmuevo solo de evocarlo.
-Es un gran amigo, tiene un problema muy gordo y va a venir a verte.
Como había llegado a la una del mediodía me fui con él a comer “a una hora decente” a una taberna del casco viejo, donde todavía hacen caldeiradas del pincho, frente a un bar de putas, en el que lo dejé a las cuatro y media de la tarde cuando a mí me llegó la hora de ir a buscar a mi niño y a él de echar la siesta.
–Me gusta abotargarme entre los pechos de una dama mientras esta me acaricia, pero si no hay damas que haya… señoritas.
Allí lo dejé sonriente y cariñoso, en un viejo y tenebroso bareto de cortinas y luces rojas, buscando la dulzura de unas tetas donde dormitar la caldeirada, antes de volver a la estación a coger el autobús que le devuelva a la soledad de su casa.
Antonio daría para otra entrada y para un libro entero, como Manuela, mi madre adoptiva, con la que me encontré a los veintitrés años frente al mismo mar que había encontrado a este viejo marinero.

Dos semanas después de esta visita llamó a mi puerta Elena, una funcionaria de esas que no saben tratar con nadie, pero que es tremendamente exquisita en las maneras.
- Hay un señor en el pasillo que dice que viene de parte de Antonio el bicho – soltó haciendo un gesto tal, que parecía como si el bicho fuese a picarla.
- Ah, muy bien, ya voy. - dije levantándome de la silla. A Elena le molestaba increíblemente que me levantase a recibir a mis visitas al pasillo, le parecía que educaba mal a esas desagradables personas que ella tenía que soportar en las esperas.

Al final del pasillo junto a la frontera que supone la mesa de Elena para nuestras visitas, la elegancia de un hombre de unos setenta y muchos años se estrelló contra mis expectativas. No sabía que las tuviese, ni que hubiesen hecho ningún retrato, pero no imaginaba a un caballero así como amigo de Antonio. Hacía muchos años que no veía a un hombre de una elegancia casi poética. No era muy alto pero era de porte erguido y esbelto. Vestía un abrigo de paño gris y un traje príncipe de Gales que parecían que hubiesen nacido en su percha. Me llamó mucho la atención lo bien que le quedaban las camisa y la corbata negras En la mano sujetaba un elegante sombrero de fieltro. Olía muy extraño, por lo femenino que resultaba, pero muy rico.
- Hola, supongo que usted es Don Manuel.
- Efectivamente señorita, yo soy el amigo de esa gran persona que es Antonio.
- Pues encantada de conocerle.
Al entrar en mi despacho y verle a él a punto de escapársele un gesto de repulsa que contuvo con disimulo, me di cuenta que olía a tabaco que apestaba. Le pedí disculpas y abrí la ventana. Era noviembre, y aunque el aire era húmedo y frío, el olor a mar entrando por la ventana ayudó a que me situase en el mundo de Antonio y Manuel, preguntándome qué tendrían los dos en común. Yo, aparentemente, tampoco tenía nada en común con el viejo marinero y sin embargo somos muy amigos.
Después de cinco minutos de situarnos los dos como satélites coincidentes en la órbita de Antonio, caí en la cuenta de quien era él: El farmacéutico al qué nunca había conocido pero que me había curado el eccema que me salió en la frente cuando llegué a esta tierra. Antonio no me había dicho quien era, para que él se sintiese libre de venir o no venir, solo me había dicho que se llamaba Manuel y que antes de morir quería arreglar sus asuntos y necesitaría de mi ayuda.
Yo ni me había preguntado qué podría hacer por él, porque no tenía la menor duda de que si Antonio me había elegido a mí, a pesar de no enterarse jamás de cual es mi trabajo desde que dejé la enseñanza, algo tendría yo que pudiese ser útil para su amigo.

Don Manuel, el farmacéutico, sentado frente a mi, bañado por las diminutas motas de polvo que mostraba los rayos de sol de aquella mañana de otoño, comenzó a narrar el porqué de su visita:

- Mire, hija, si Antonio dice que usted es la persona más indicada yo no albergo ninguna duda, ninguna, sólo siento pudor, pero tendré que sujetarlo. -dijo con una voz muy suave y con la mirada perdida, posada aquí y allá pero sin fijarla en ningún lugar.

- Moriré pronto, tengo metástasis por todas partes, la próstata, sabe usted… Nadie puede decir cuanto me queda, pero no quiero irme sin resolver mis asuntos.
De pronto su ojos buscaron los míos e implorantes dijeron:
- No sé por donde empezar…
- Pues por donde usted quiera, don Manuel, no tenemos ninguna prisa. - Le dije repanchingándome en mi silla, sonriendo con la dulzura que proporciona la certeza de saber que ese hombre iba a entregarme un gran regalo.
Y entonces el hombre se desbordó:
- Llevo casado con mi esposa desde los veintiseis años. Me casé tarde para la época, pero es que había estado enamorado de su hermana desde los quince años. Cuando mi novia se murió cometí el error más grande de mi vida queriendo encontrar consuelo en aquella casa, en aquella familia, pero es que necesitaba, de algún modo, seguir prendido en ella. Su habitación seguía intacta, la locura de su madre se alío con la mía, conservando sin mancillar su ropa, sus perfumes, sus tarros de cremas, sus libros…y mis sueños de joven enamorado. Allí seguía su presencia como en ningún otro lugar de la tierra. Si cerraba lo ojos podías sentirla...- me contaba mientras los cerraba, pero en un segundo volvió a abrirlos y continuó relatando:

- Nos casamos con el beneplácito de las dos familias en cuanto mi madre me puso al frente de la farmacia. La quise siempre, y creo que incluso, por momentos, llegué a pensar que la amaba, pero fui terriblemente injusto con ella porque Aurora, nunca llego a ser Clara, porque nunca daba la talla. La desgracia la trajeron mis labios dormidos llamando a mi amor en la madrugada. Desde esa misma noche, en que la desesperación se apoderó de todos sus actos, me refugié en mi trabajo, en los estudios, y en los amigos, pero ella no tuvo en qué, ya que nunca se interesó por nada que no fuese hacerme daño. Su carácter la llevaba de la dulzura a la ira y del amor al odio y … a las sustancias, a las que tenía acceso cuando yo no estaba . A los cuarenta y cinco años, estéril de matriz y alma, y muy a mi pesar, tuvimos que ingresarla en “una clínica de esas para templar los nervios". Después del tratamiento viajamos a Francia, a Portugal, y a Inglaterra, pero por más que lo intentásemos era imposible alcanzar la mínima felicidad. La culpa que sentía por no amarla me hacía soportar todos y cada uno de sus desvaríos y la rabia que ella sentía hacia mí la vivía como una condena justa, irremediable y eterna.

Soy católico, señorita, mis creencias me impiden la separación y esas cosas que ustedes hacen ahora con entera naturalidad, que no digo yo que sin sufrimiento, pero yo no pude, ni puedo, y no porque no sufriese lo indecible, si no porque creo en dios y en todos los mandamientos de la santa madre iglesia. Moriré casado con ella, cumpliendo con dios y con la iglesia, pero sintiéndome un mal cristiano por haberla engañado durante tantos años…pero es que ...si no lo hacía mi vida no hubiese sido vida.

Le ofrecí agua, y el hombre la cogió con sus delgadas y pecosas manos de anciano tembloroso.
- Mire usted, en el setenta y cinco, el mismo día que murió Franco, yo firmaba la compra de una casa en el centro de Santiago. De lo que hacía con nuestro capital no daba cuenta a nadie, sólo me dejaba asesorar por el habilitado que había gestionado los bienes de mi familia desde que había muerto mi padre, pero a este señor no le tenía ningún aprecio, por las discusiones de rácano que había vivido mi madre. Así que de la compra no se enteró nadie. A la semana siguiente me entregaron las llaves y entré en ella pensando en arreglarla un poco y en arrendarla a estudiantes. Una manera de sacar renta a mis cuartos sin usureros por medio. Un bajo, y dos pisos de noventa metros, de altos techo y grandes ventanales, con galería y vistas a la catedral.
Esa primera tarde me senté en un butacón de terciopelo granate que habían dejado allí los anteriores inquilinos, y mirando sin ver como el cielo gris llovía sobre la piedra, sorprendentemente, me encontré llorando. No había vuelto a llorar desde que el dolor por Clara me había secado. No supe que hacer con mi llanto, con mi pena, con mi vida tan gris y tan vacía, pero me descubrí yendo a sentarme en aquel butacón día tras día. Así, de ese modo tan “natural”, dejando a mi cuerpo caminar hacia donde él quería, arreglé la casa entera y llené, a escondidas, mi vida.
Sin saber cómo ni por qué, quizás por ser el más recogido, o simplemente porque en él estaba el butacón, me quedé con el primer piso. Llquilé el bajo para taberna y el ático lo arrendé por habitaciones a multitud de estudiantes que pasaron por la Universidad de Santiago.
Todas las tardes de mi vida las pasó allí, a solas, con mis discos, con mis libros, o en silencio total escuchando las conversaciones que salen de la taberna o de los muchachos del ático.
Durante años, mientras vivimos en el pueblo, cogía el autobús de las tres y regresaba en el de las ocho y media. Luego me compré un coche sólo para poder escaparme cuando me viniese en gana. Dejé los estudios, las partidas, los amigos y me entregué a mi vida privada. Música, libros, sonidos, soledad y como única compañía una jaula llena de jilgueros.
Llego allí cada tarde, después de las cuatro, dependiendo del tráfico, me pongo la bata, las zapatillas y pongo mi música, poco más hago allí, nada que no pueda saberse, pero allí guardo todo lo que de verdad soy, señorita.

Mi cabeza iba más rápida que su relato imaginando historias afectivas paralelas a su vida pública, cuando le escuché decir:
- Jamás estuve con ninguna otra mujer, porque soy católico,y casado , y sobre todo, porque sigo amando a Clara.
Otro vaso de agua y al fin decidió pedirme lo que quería.
- Antonio es la única persona que me conoce en mis dos vidas, y él me ha sugerido que venga a pedirle que sea usted la que se encargue de vaciar mi piso cuando fallezca. Dice que con su discreción y naturaleza podré cumplir mi último deseo: que nadie revuelva, ni juzgue mi vida, y que mis cosas puedan servir para algo. Antonio dice que casi todo lo que yo poseo a usted le gustará.
- Eso no puedo hacerlo, don Manuel, cómo voy a ir a su casa a hurtadillas de su señora a llevarme cosas de allí…
- ¿Por qué no, si yo lo dejo escrito?, ¿Te importa que te tutee?,
- Por supuesto que no, como usted se sienta más cómodo.
- Te dejo todo lo de mi casa para ti, para que hagas con ello lo que consideres oportuno, también te dejaré dinero para que no te produzca ningún gasto innecesario. Cuando se enteren de que existe la casa ya te habrá dado tiempo a saca todas mis cosas y a que mi mujer no se enteré que la engañé.

Lo acompañé hasta la salida del edificio, y lo vi alejarse en el taxi con mis besos puestos todavía sobre su frente, me dijo adiós con la mano y ya no lo volví a ver vivo nunca más. Quise hacerlo, pero no llegué a tiempo, su tiempo y el mío transcurrían a distinto ritmo…

Antonio me llamó por teléfono, era miércoles y la mañana siguiente tenía una reunión en Santiago, así que pensé que su amigo además de elegante era oportuno. A las doce del mediodía había terminado de reunirme sin apenas haberme enterado de nada. Llovía horizontal y desagradable, pero bajo soportales fui caminando hasta la misteriosa casa de Manuel.
La taberna que está en el bajo es uno de esos maravillosos restaurantes de Santiago con una ventana escaparate en la que mariscos, empanadas y botellas de vino invitan al apetito. Abrí el viejo portal y entré en la casa, que imaginaba decadente y antigua, y aunque ya en el descansillo me resultaron muy chocantes las dos fuentecillas que regaban los juncos, fue cuando subí las escaleras y abrí la puerta cuando casi me caigo para atrás: Japón se había instalado en aquel piso. Paredes de papel de arroz, fuentecillas, piedras, plantas y muebles de una simpleza y belleza exquisitas. Las luces, tan difuminadas por el papel de arroz en lámparas y paredes bañaban de una tranquilidad casi perfecta toda la casa. El único elemento occidental y casi hiriente, de toda la vivienda era el viejo butacón granate dispuesto para poder mirar la catedral. Cuando fui hacia él me di cuenta que había un sobre con mi nombre. Lo abrí y dentro encontré algunas instrucciones, entre otras que le diera al botón de play del increíble aparato de música. El dueto de las flores de Lakme inundó la estancia con su delicada despedida. Lloré, lloré con la misma fuerza que llovía sobre Santiago, sentada en el butacón donde el había vivido la vida elegida, no la otra. Comprendí que en aquel piso Manuel había logrado su paz.
Me había dejado escrita la historia de cada uno de los pocos objetos que allí tenía con la fecha en que lo había redactado, comprobé que sólo hacía una semana que había dejado de ir, y me sentí una estúpida por no haberle acompañado mientras lo hacía, no culpable, si no tonta del culo por perderme su compañía.
Los tarros, botes, botellas, las básculas y otros maravillosos objetos (que francamente estuve muy tentada a poseer en privado) los doné a la facultad. Sus libros y discos, que no eran muchos me los quedé, como las fotos de Clara y el perfume que él le hacía, que sobre su propia piel resultaba tan extraño.
Entre las cosas que yo me quedé están las fotos de Clara y su perfume, las plantas, las fuentecillas de piedra y las lámparas de arroz que inundan de la paz de Manuel mi casa, pero lo más hermoso que encontré en aquella casa fue la jaula de los jilgueros, con la puerta abierta y ellos dentro negándose a abandonarla.

Más tarde viendo esa maravillosa serie que es a dos metros bajo tierra, soñé encontrar el piso oculto de mi padre antes de qué se muera…





jueves, 2 de octubre de 2008

La primera vez que me lo dijeron.


Vi la sombra de una mujer de unos sesenta años colándose entre la puerta de cristal y el marco. Los sesenta se los eché por el pelo y los andares, pero me equivoqué, porque debía de tener ochenta por lo menos. Abrió la puerta y sus ojos me lo dijeron todo, pero fueron sus labios los que tomaron posesión de mi despacho. Ellos y su mirada fija sobre mi pisapales de ambar, que contenía aquella frágil flor de diente de león como flotando, fueron los me que dejaron muda. Cuando acabó de hablar me fijé que sólo habían transcurrido diez minutos...

- Era una mañana de octubre, como cualquier otra, sin embargo los pájaros parecían estar tan alborotados como en primavera. Mi padre siempre decía que las estaciones a destiempo vuelven locos a los seres vivos, sólo que los humanos, embutidos en las ciudades, ya no nos damos cuenta. Pero cuando él era joven, y los pueblos aún no se habían quedado vacíos, la gente se enteraba de esas cosas y tomaba precauciones.
No sé si fue mi intuición, o mi propio padre avisándome dentro de mi cabeza. Desde que había fallecido se había vuelto tan hablador que en ocasiones tenía que pedirle que se callase para que no me volviese loca...
Es que usted no sabe, doctora.

-Disculpe, pero yo no soy doctora, se ha equivocado de puerta.
- ¡Si hombre sí!...porque lo diga usted. Estoy harta de que me digan lo que no quiero oir. Le decía - continúo como si la realidad que la habitaba no traspasase su piel ni por un instante- el cambio que pegó desde su fallecimiento. Antes apenas me hablaba y ahora me lo cuenta todo, así que cuando comenzó a hablarme de locas que están ahora las estaciones y la maraña de consecuencias que esto supone a la naturaleza, supe que algo extraño e impactante ocurriría en mi vida esa mañana. Es que mi padre, desde que murió, adquirió algún tipo de videncia, y aunque no sepa adelantarme acontecimientos sí sabe ponerme en guardia. Supongo que si nunca te has entendido bien con alguien, por mucho que se muera no vas a conseguirlo.

Era 3 de octubre, lo recuerdo porque ese día nació la madrina de mi sobrino, y yo estaba preparando una tarta para agasajarla, cuando a mi padre se le dio por gritarme que mirase lo locos que andaban los pájaros en nuestra terraza. Tuve que darle la razón cuando descubrí a un gorrión comiendo la carne de garganta de vaca que tenía enfriando en el plato del perro, y a otro arrancándole pelos a la lacia y brillante melena de una muñeca de mi sobrina. Pensé que querría aquellos sintéticos hilos para trenzarlos en su nido, y no me preocupé, pero lo del gorrión carnívoro intentando sacar tajada de aquel singular trozo de carne... he de reconocer que me erizó cada uno de mis pelos.
Me disponía a acicalar los geranios, limpiándolos de sus mustias y muertas hojas, cuando un gato, canela y algodón, girando en el aire, pasó ante de mis ojos cayendo a cámara lenta. Me miró con ojos preocupados, como los míos si estuviese cayendo desde un sexto piso - mínimo, porque el mío es el quinto - y fuese llevando la cuenta de las vidas que me quedan, mientras el suelo cada vez se acercase más a mi cuerpo. Pero lo peor no fue eso, tras el gato vi caer a aquella mujer tan rara y con la boca tan abierta.
Aunque usted me dirá que normal que la llevase abierta si iba cayendo al vacío y gritando horrorizada. Pero eso era lo más extraño, ni gritaba, ni tenía cara de horror, pero sí que llevaba la boca muy abierta. Su cuerpo era extraño también. Daba la sensación de ser una mujer gorda pero no lo era, porque le juro que vi como el viento, por un momento, no solo frenó su caída, si no que consiguió elevar aquel cuerpo, cambiando la trayectoria de esta. Su piel con el sol de esa mañana brillaba como un globo de feria. Su ropa, aunque ordinaria: lencería negra de la barata, era más acorde con el contexto de recién levantada que el resto de su fisonomía tan acicalada. Labios rojo casi fosforito, mejillas que parecían pintadas a brocha y…muy ordinaria.
Supongo que por la complejidad de la escena en la que me encontraba inmersa, invadida de los pies a las pestañas por la sorpresa, pero no recuerdo escuchar ningún golpe contra el asfalto, ni el del gato, ni el que tendría que haber producido la mujer estrellándose contra el suelo. Hasta que vi volar aquella maleta plateada y plana, que luego me dijeron que era un portatil, el sonido había dejado de exisitir, ni siquiera escuchaba la respiración de mi padre. El ordenador fue lo que me hizo recuperar la memoria acústica, ya que mientras el artefacto se estrellaba contra un coche, en mis oídos iban estallando gotas que encerraban el sonido de cristales rotos, hasta que explotaban dentro de mi como una lluvia, permitiéndome entonces volver a escucharlo todo: Los gritos e insultos, la carrera escaleras abajo y los golpes contra mi puerta.
Mi padre me alertó: -Coge mi escopeta. ¡Cógela!- gritaba.
En situaciones que me paralizan siempre obedezco las órdenes sin rechistar, ni cuestionarlas, no me da tiempo, mi cuerpo las sigue sin que yo pueda hacer nada.
Tenía la escopeta de caza en mis manos y un miedo sin nombre haciendo temblar mis entrañas, sudaba frío y mareante y mi lengua parecía haber crecido tanto que no me cabía en la boca y no hacía mas que frotarse contra mis labios, cuando escuché aquella voz aterrada.
¡Abráme! por favor- gritaba aquel hombre desesperado. ¡Ayúdeme!- gemía horrorizado.
Abrí la puerta cuando a mi cerebro llegó aquella órden tan clara: ¡Abra la puerta de una vez!. Al hacerlo vi su rostro desencajado y su cuerpo desnudo y manchado. Olía fatal, olía a mierda mojada.
Mi padre grito: Dispara, y yo por primera vez en mi vida, desde que tengo conciencia, no obedecí una orden dada estando yo tan descolocada.
Mi padre me llamó zorra, puerca, salida, cerda, porque yo comencé a obedecer a mi vecino, y él, desde que dejó el mundo de los vivos, se había vuelto un inquisidor y un obsceno.
- ¡Llame a la policía! Mi novia se ha vuelto loca.

Fue cuando llegaron los polis cuando me enteré de todo lo sucedido. La chica es enfermera y trabaja a turnos, ese día una compañera le pidió que por favor se lo cambiase, así que llegó a casa cuando él no contaba con ello y encontró a su novio follando con la muñeca de la boca abierta mientras veía vídeos porno. Además de follar con otra, por muy de plástico que fuese, el muchacho aún no había cambiado la arena de su gato, aunque ella se lo llevase pidiendo desde hacía ya tres días…como el montón de besos que él le negaba.
No pudo soportar que tuviese tiempo para buscar el placer en aquel esperpento de plástico y que no limpiase la arena del gato. .. Creo yo…

Le he tenido que contar todo esto porque desde aquel día se me ha metido en el corazón (en la cabeza no puedo, que si no él se enteraría) deshacerme de mi padre, y a veces me descubro toda decidida con el cañón de su escopeta apuntándome entre los ojos, justo en el lugar en el que él se duerme.
Me han dicho en el hospital que usted puede ayudarme a deshacerme de mi padre sin que yo tenga que hacerme tanto daño. ¿Es cierto? Es que ya no lo soporto.

Tragué saliva, la cogí de la mano y le dije: ¡Venga conmigo! y la deposité en la silla del despacho de la psicóloga. La vieja acariciaba mis dedos mientras yo avisaba por teléfono a Luisa .
- Perdone señorita, pero es que ya desde el pasillo le vi la sombra de oreja, esa tan grande que lleva puesta de sombrero...

Ella veía la sombra de mi oreja, y yo veía su sombra de niña torturada y ...su corazón de hierba.









Rumiar, rumiar, rumiar...para no perder ni un gramo de lo ingerido en diez minutos.