sábado, 8 de noviembre de 2008

El regalo de Manuel




-¡Percebeira!, así me llama Antonio, un viejo lobo de mar que conocí el primer año de caer por estas tierras, cuando yo era más cabra y más alcohólica, y creía poder hacer lo mismo que los percebeiros da costa da Morte.
- Vengo a verte, para ver si puedes ayudar a un amigo mío, ahora que estás na Xunta, é que eres unha autoridade.
Risas, carcajadas, abrazos y besos, por la alegría que experimento cada vez que veo aquellos ojos oceánicos desde donde asoman todas sus mareas en perfecto equilibrio. De la bajamar a la pleamar como del dolor al gozo. La sabiduría en estado puro atrapada en un ser capaz de asumir todos sus estados intermareales. Por ello, y por la gracia que me hace que él siga confundiendo cualquier despacho con la Xunta, y a cualquier empleaducha, como yo, con una autoridad me conmuevo solo de evocarlo.
-Es un gran amigo, tiene un problema muy gordo y va a venir a verte.
Como había llegado a la una del mediodía me fui con él a comer “a una hora decente” a una taberna del casco viejo, donde todavía hacen caldeiradas del pincho, frente a un bar de putas, en el que lo dejé a las cuatro y media de la tarde cuando a mí me llegó la hora de ir a buscar a mi niño y a él de echar la siesta.
–Me gusta abotargarme entre los pechos de una dama mientras esta me acaricia, pero si no hay damas que haya… señoritas.
Allí lo dejé sonriente y cariñoso, en un viejo y tenebroso bareto de cortinas y luces rojas, buscando la dulzura de unas tetas donde dormitar la caldeirada, antes de volver a la estación a coger el autobús que le devuelva a la soledad de su casa.
Antonio daría para otra entrada y para un libro entero, como Manuela, mi madre adoptiva, con la que me encontré a los veintitrés años frente al mismo mar que había encontrado a este viejo marinero.

Dos semanas después de esta visita llamó a mi puerta Elena, una funcionaria de esas que no saben tratar con nadie, pero que es tremendamente exquisita en las maneras.
- Hay un señor en el pasillo que dice que viene de parte de Antonio el bicho – soltó haciendo un gesto tal, que parecía como si el bicho fuese a picarla.
- Ah, muy bien, ya voy. - dije levantándome de la silla. A Elena le molestaba increíblemente que me levantase a recibir a mis visitas al pasillo, le parecía que educaba mal a esas desagradables personas que ella tenía que soportar en las esperas.

Al final del pasillo junto a la frontera que supone la mesa de Elena para nuestras visitas, la elegancia de un hombre de unos setenta y muchos años se estrelló contra mis expectativas. No sabía que las tuviese, ni que hubiesen hecho ningún retrato, pero no imaginaba a un caballero así como amigo de Antonio. Hacía muchos años que no veía a un hombre de una elegancia casi poética. No era muy alto pero era de porte erguido y esbelto. Vestía un abrigo de paño gris y un traje príncipe de Gales que parecían que hubiesen nacido en su percha. Me llamó mucho la atención lo bien que le quedaban las camisa y la corbata negras En la mano sujetaba un elegante sombrero de fieltro. Olía muy extraño, por lo femenino que resultaba, pero muy rico.
- Hola, supongo que usted es Don Manuel.
- Efectivamente señorita, yo soy el amigo de esa gran persona que es Antonio.
- Pues encantada de conocerle.
Al entrar en mi despacho y verle a él a punto de escapársele un gesto de repulsa que contuvo con disimulo, me di cuenta que olía a tabaco que apestaba. Le pedí disculpas y abrí la ventana. Era noviembre, y aunque el aire era húmedo y frío, el olor a mar entrando por la ventana ayudó a que me situase en el mundo de Antonio y Manuel, preguntándome qué tendrían los dos en común. Yo, aparentemente, tampoco tenía nada en común con el viejo marinero y sin embargo somos muy amigos.
Después de cinco minutos de situarnos los dos como satélites coincidentes en la órbita de Antonio, caí en la cuenta de quien era él: El farmacéutico al qué nunca había conocido pero que me había curado el eccema que me salió en la frente cuando llegué a esta tierra. Antonio no me había dicho quien era, para que él se sintiese libre de venir o no venir, solo me había dicho que se llamaba Manuel y que antes de morir quería arreglar sus asuntos y necesitaría de mi ayuda.
Yo ni me había preguntado qué podría hacer por él, porque no tenía la menor duda de que si Antonio me había elegido a mí, a pesar de no enterarse jamás de cual es mi trabajo desde que dejé la enseñanza, algo tendría yo que pudiese ser útil para su amigo.

Don Manuel, el farmacéutico, sentado frente a mi, bañado por las diminutas motas de polvo que mostraba los rayos de sol de aquella mañana de otoño, comenzó a narrar el porqué de su visita:

- Mire, hija, si Antonio dice que usted es la persona más indicada yo no albergo ninguna duda, ninguna, sólo siento pudor, pero tendré que sujetarlo. -dijo con una voz muy suave y con la mirada perdida, posada aquí y allá pero sin fijarla en ningún lugar.

- Moriré pronto, tengo metástasis por todas partes, la próstata, sabe usted… Nadie puede decir cuanto me queda, pero no quiero irme sin resolver mis asuntos.
De pronto su ojos buscaron los míos e implorantes dijeron:
- No sé por donde empezar…
- Pues por donde usted quiera, don Manuel, no tenemos ninguna prisa. - Le dije repanchingándome en mi silla, sonriendo con la dulzura que proporciona la certeza de saber que ese hombre iba a entregarme un gran regalo.
Y entonces el hombre se desbordó:
- Llevo casado con mi esposa desde los veintiseis años. Me casé tarde para la época, pero es que había estado enamorado de su hermana desde los quince años. Cuando mi novia se murió cometí el error más grande de mi vida queriendo encontrar consuelo en aquella casa, en aquella familia, pero es que necesitaba, de algún modo, seguir prendido en ella. Su habitación seguía intacta, la locura de su madre se alío con la mía, conservando sin mancillar su ropa, sus perfumes, sus tarros de cremas, sus libros…y mis sueños de joven enamorado. Allí seguía su presencia como en ningún otro lugar de la tierra. Si cerraba lo ojos podías sentirla...- me contaba mientras los cerraba, pero en un segundo volvió a abrirlos y continuó relatando:

- Nos casamos con el beneplácito de las dos familias en cuanto mi madre me puso al frente de la farmacia. La quise siempre, y creo que incluso, por momentos, llegué a pensar que la amaba, pero fui terriblemente injusto con ella porque Aurora, nunca llego a ser Clara, porque nunca daba la talla. La desgracia la trajeron mis labios dormidos llamando a mi amor en la madrugada. Desde esa misma noche, en que la desesperación se apoderó de todos sus actos, me refugié en mi trabajo, en los estudios, y en los amigos, pero ella no tuvo en qué, ya que nunca se interesó por nada que no fuese hacerme daño. Su carácter la llevaba de la dulzura a la ira y del amor al odio y … a las sustancias, a las que tenía acceso cuando yo no estaba . A los cuarenta y cinco años, estéril de matriz y alma, y muy a mi pesar, tuvimos que ingresarla en “una clínica de esas para templar los nervios". Después del tratamiento viajamos a Francia, a Portugal, y a Inglaterra, pero por más que lo intentásemos era imposible alcanzar la mínima felicidad. La culpa que sentía por no amarla me hacía soportar todos y cada uno de sus desvaríos y la rabia que ella sentía hacia mí la vivía como una condena justa, irremediable y eterna.

Soy católico, señorita, mis creencias me impiden la separación y esas cosas que ustedes hacen ahora con entera naturalidad, que no digo yo que sin sufrimiento, pero yo no pude, ni puedo, y no porque no sufriese lo indecible, si no porque creo en dios y en todos los mandamientos de la santa madre iglesia. Moriré casado con ella, cumpliendo con dios y con la iglesia, pero sintiéndome un mal cristiano por haberla engañado durante tantos años…pero es que ...si no lo hacía mi vida no hubiese sido vida.

Le ofrecí agua, y el hombre la cogió con sus delgadas y pecosas manos de anciano tembloroso.
- Mire usted, en el setenta y cinco, el mismo día que murió Franco, yo firmaba la compra de una casa en el centro de Santiago. De lo que hacía con nuestro capital no daba cuenta a nadie, sólo me dejaba asesorar por el habilitado que había gestionado los bienes de mi familia desde que había muerto mi padre, pero a este señor no le tenía ningún aprecio, por las discusiones de rácano que había vivido mi madre. Así que de la compra no se enteró nadie. A la semana siguiente me entregaron las llaves y entré en ella pensando en arreglarla un poco y en arrendarla a estudiantes. Una manera de sacar renta a mis cuartos sin usureros por medio. Un bajo, y dos pisos de noventa metros, de altos techo y grandes ventanales, con galería y vistas a la catedral.
Esa primera tarde me senté en un butacón de terciopelo granate que habían dejado allí los anteriores inquilinos, y mirando sin ver como el cielo gris llovía sobre la piedra, sorprendentemente, me encontré llorando. No había vuelto a llorar desde que el dolor por Clara me había secado. No supe que hacer con mi llanto, con mi pena, con mi vida tan gris y tan vacía, pero me descubrí yendo a sentarme en aquel butacón día tras día. Así, de ese modo tan “natural”, dejando a mi cuerpo caminar hacia donde él quería, arreglé la casa entera y llené, a escondidas, mi vida.
Sin saber cómo ni por qué, quizás por ser el más recogido, o simplemente porque en él estaba el butacón, me quedé con el primer piso. Llquilé el bajo para taberna y el ático lo arrendé por habitaciones a multitud de estudiantes que pasaron por la Universidad de Santiago.
Todas las tardes de mi vida las pasó allí, a solas, con mis discos, con mis libros, o en silencio total escuchando las conversaciones que salen de la taberna o de los muchachos del ático.
Durante años, mientras vivimos en el pueblo, cogía el autobús de las tres y regresaba en el de las ocho y media. Luego me compré un coche sólo para poder escaparme cuando me viniese en gana. Dejé los estudios, las partidas, los amigos y me entregué a mi vida privada. Música, libros, sonidos, soledad y como única compañía una jaula llena de jilgueros.
Llego allí cada tarde, después de las cuatro, dependiendo del tráfico, me pongo la bata, las zapatillas y pongo mi música, poco más hago allí, nada que no pueda saberse, pero allí guardo todo lo que de verdad soy, señorita.

Mi cabeza iba más rápida que su relato imaginando historias afectivas paralelas a su vida pública, cuando le escuché decir:
- Jamás estuve con ninguna otra mujer, porque soy católico,y casado , y sobre todo, porque sigo amando a Clara.
Otro vaso de agua y al fin decidió pedirme lo que quería.
- Antonio es la única persona que me conoce en mis dos vidas, y él me ha sugerido que venga a pedirle que sea usted la que se encargue de vaciar mi piso cuando fallezca. Dice que con su discreción y naturaleza podré cumplir mi último deseo: que nadie revuelva, ni juzgue mi vida, y que mis cosas puedan servir para algo. Antonio dice que casi todo lo que yo poseo a usted le gustará.
- Eso no puedo hacerlo, don Manuel, cómo voy a ir a su casa a hurtadillas de su señora a llevarme cosas de allí…
- ¿Por qué no, si yo lo dejo escrito?, ¿Te importa que te tutee?,
- Por supuesto que no, como usted se sienta más cómodo.
- Te dejo todo lo de mi casa para ti, para que hagas con ello lo que consideres oportuno, también te dejaré dinero para que no te produzca ningún gasto innecesario. Cuando se enteren de que existe la casa ya te habrá dado tiempo a saca todas mis cosas y a que mi mujer no se enteré que la engañé.

Lo acompañé hasta la salida del edificio, y lo vi alejarse en el taxi con mis besos puestos todavía sobre su frente, me dijo adiós con la mano y ya no lo volví a ver vivo nunca más. Quise hacerlo, pero no llegué a tiempo, su tiempo y el mío transcurrían a distinto ritmo…

Antonio me llamó por teléfono, era miércoles y la mañana siguiente tenía una reunión en Santiago, así que pensé que su amigo además de elegante era oportuno. A las doce del mediodía había terminado de reunirme sin apenas haberme enterado de nada. Llovía horizontal y desagradable, pero bajo soportales fui caminando hasta la misteriosa casa de Manuel.
La taberna que está en el bajo es uno de esos maravillosos restaurantes de Santiago con una ventana escaparate en la que mariscos, empanadas y botellas de vino invitan al apetito. Abrí el viejo portal y entré en la casa, que imaginaba decadente y antigua, y aunque ya en el descansillo me resultaron muy chocantes las dos fuentecillas que regaban los juncos, fue cuando subí las escaleras y abrí la puerta cuando casi me caigo para atrás: Japón se había instalado en aquel piso. Paredes de papel de arroz, fuentecillas, piedras, plantas y muebles de una simpleza y belleza exquisitas. Las luces, tan difuminadas por el papel de arroz en lámparas y paredes bañaban de una tranquilidad casi perfecta toda la casa. El único elemento occidental y casi hiriente, de toda la vivienda era el viejo butacón granate dispuesto para poder mirar la catedral. Cuando fui hacia él me di cuenta que había un sobre con mi nombre. Lo abrí y dentro encontré algunas instrucciones, entre otras que le diera al botón de play del increíble aparato de música. El dueto de las flores de Lakme inundó la estancia con su delicada despedida. Lloré, lloré con la misma fuerza que llovía sobre Santiago, sentada en el butacón donde el había vivido la vida elegida, no la otra. Comprendí que en aquel piso Manuel había logrado su paz.
Me había dejado escrita la historia de cada uno de los pocos objetos que allí tenía con la fecha en que lo había redactado, comprobé que sólo hacía una semana que había dejado de ir, y me sentí una estúpida por no haberle acompañado mientras lo hacía, no culpable, si no tonta del culo por perderme su compañía.
Los tarros, botes, botellas, las básculas y otros maravillosos objetos (que francamente estuve muy tentada a poseer en privado) los doné a la facultad. Sus libros y discos, que no eran muchos me los quedé, como las fotos de Clara y el perfume que él le hacía, que sobre su propia piel resultaba tan extraño.
Entre las cosas que yo me quedé están las fotos de Clara y su perfume, las plantas, las fuentecillas de piedra y las lámparas de arroz que inundan de la paz de Manuel mi casa, pero lo más hermoso que encontré en aquella casa fue la jaula de los jilgueros, con la puerta abierta y ellos dentro negándose a abandonarla.

Más tarde viendo esa maravillosa serie que es a dos metros bajo tierra, soñé encontrar el piso oculto de mi padre antes de qué se muera…





12 comentarios:

Sra de Zafón dijo...

Y te preguntarás, Lenka, porque leyéndote a ti, se me ocurrió esta entrada, pues porque deseo con toda mi alma que mi padre haya tenido otra vida al margen de mi madre, y por que nunca podré sentir lo que tú sientes por la tuya, por más momentos dulces que aparezcan en mi vida. Mi madre, es así de triste, ha consagrado su vida a joder a mi padre.

Un beso.

Lenka dijo...

Amiga, cuando no encontramos razones que nos parezcan lógicas, a veces no nos queda más remedio que buscar otras más poéticas. A lo mejor son descabelladas o falsas, pero ayudan. Y, a veces, resultan más ciertas de lo que pensamos. Por qué, a pesar de todo, tu padre no se alejó de ella? Es por las mismas creencias de Don Manuel? Es por alguna clase de amor incondicional, de esos absurdos y anticuados que ya nadie en su sano juicio entiende ni justifica? La eterna revancha de tu madre, puede ser fruto de un amor no correspondido que la llenó de tristeza hasta envenenarla? Todo ese rencor es consecuencia del amor, aunque, de nuevo, hoy día, y gracias a dios, nadie pueda entenderlo?

Tú misma has vivido y comprobado que el rencor es un lastre. No permitas que nadie te lo deje en herencia. Los misterios de cada ser humano son tan secretos, tan extraños, tan privados, que muchas veces no llegamos nunca a comprenderlos. Estoy segura de que las parcelas secretas de nuestro ser más cercano y querido, podrían dejarnos con la boca abierta. Nunca has pensado o sentido algo que te hiciera reflexionar: "si alguien supiera esto..."? Los deseos, las aversiones, las pulsiones, los miedos, los motivos... a veces ni nosotros mismos entendemos lo que nos sacude. Todos somos muy osados pretendiendo conocer bien a los demás, pero, cuánto no sabemos? Cuánto no saben los demás de nosotros? Cuánto no sabemos de nosotros mismos?

Deshazte de todo rencor y de todo juicio. Por puro egoísmo, para vivir tranquila. Yo lo decidí así cuando me cansé de preguntarme por qué. Y sigo entre dos aguas, contabilizando cada beso para no ofender al otro, entre dos adultos supuestamente razonables que se detestan y se ignoran y ni sus hijos (oh, lo que más queremos en el mundo) son motivo suficiente para comportarse como seres civilizados. Arrastro las taras emocionales de sus broncas, de cómo nos usaron de escudo y nos torturaron psicológicamente, y sé que, aunque sea muy hondo, arrastraré todo eso siempre. Pero pesa tanto, que he decidido ignorarlo. Porque, en lo que se puede, preferí rescatar sus cosas buenas y amar a mis padres sin más, por eso que tienen de bueno y a pesar de lo malo. Porque todos tenemos de lo malo, somos humanos y tan imperfectos! Porque odiar me perjudica más a mí que a quien odio, y no me da la gana. Porque prefiero ser sana y feliz. Y porque, al final, cuando no aparecen razones, sólo queda encogerse de hombros y decir: "es una cabrona, pero es mi madre".

Asúmelo así, si no te queda otra, perdónala por tu propio interés, recuerda lo bueno, usa lo malo para aprender cómo no quieres ser, benefíciate del dolor. Es lo único bueno que tiene, que enseña. Sería demasiado cruel que, encima de sufrirlo, no nos aportara nada!

Y si nada de eso sirve, si no hay consuelo real, invéntalo. Constrúyele una casa y una vida a tu padre, e incluso otra a tu madre. Plantéate que se amaron y se odiaron de una forma incomprensible y misteriosa. Y que, al fin y al cabo, así lo eligieron. Son pequeñas magias absurdas, pero que nadie puede quitarte. Y, lo mejor que tienen, es que podrían ser incluso ciertas, porque nadie puede demostrar que no lo son. Ni siquiera quien las crea.

(Lo sé, son sólo palabras, pero a veces se encuentra la manera, aunque sea de mentirijillas. Hay quien reza, hay quien lee los horóscopos, hay quien medita. El camino da igual, lo que importa eres tú. Si la realidad no te gusta, maquíllala. Tú mandas. Y nadie puede reclamarte nada.)

Suerte y un beso enorme.

Juan dijo...

Me da un poco de vergüenza inmiscuirme en algo tan personal. Me has dado un tema para escribir (curiosa cadena).

No me queda nada por decir después de la maravillosa entrada que has compartido y del maravilloso comentario de Lenka.

El tema sobre el que me has dado la idea es sobre las apariencias. Cuando un problema parece insoluble, cuando lo has pensado y requetepensado, le has dado mil vueltas y no encuentras una salida, es hora de que dejes de mirarte y dejar la razón a un lado. Es el momento de escuchar con la emoción y de preguntar con el corazón en la mano y estar abierto a lo que el otro tiene que decir de sus sentires....sólo escuchar para, al fin comprender sin juzgar.

Una brazo y enhorabuena

Eli dijo...

Me cuelo aquí, despacito, para devolverte la cortesía de tu visita y me encuentro con una historia maravillosa pero a la vez con la sensación de ser una intrusa.

Mis padres siempre estuvieron muy enamorados y hasta el momento en que mi madre falleció seguían siendo todo el uno para el otro. Incluso desde entonces- cuatro años hace ya- mi padre sigue teniendo la sensación de estar incompleto.
Y sin embargo, mi padre era un hombre reservado al que le gustaba cultivar su particular parcela de intimidad, lo que no fue obstáculo para un matrimonio que duro casi 50 años.

Quizá su espacio no fuera físico como el deManuel el de tu cuento, pero ¡vaya si lo tenía!
Creo que de una forma u otra cada persona necesita su propio piso secreto, ya sea decorado en plan zen, ya en la trastienda de un hindú o en lo más profundo del corazón.
Y estoy segura que tu padre también lo tenía.

Un abrazo, señora de Zafón (habría que buscarte un nombre menos formal, jeje).

P.D. Creo que eres la única persona además de yo misma que está encantada con "A dos metros bajo tierra". Te confieso que me dejó tan pillada que me tragué las cinco temporadas completas en menos de un mes. ;-)

Sra de Zafón dijo...

No podéis ni imaginaros...¿o sí? el vuelco que me acaba de dar el corazón al abrir la puerta del piso de Manuel y encontrar un maravilloso trozo de vuestros pensamientos, y vuestro tiempo.

La sensación que tengo es como la de que se hubiese multiplicado el sillón de Manuel y estuviésemos los cuatro con la mirada perdida por el ventanal que da a la catedral hablando de nuestras cosas. Muchas, muchas gracias por entrar, por inmiscuiros y colaros despacio, o... como es de la real gana.

Lenka , Juan , y Eli qué bien os expresáis y con cuanto acierto. Vuestra capacidad para leer e interpretar el mundo emocional de los demás es impresionante. Los “modelnos” le llaman empatía, un palabro del que yo no puedo separar el frío del acero de las las navajas de doble filo. Me explico: parece que esté de moda en muchas personas con las que hablo reclamar empatía para que ser acpetados y no tener que ser empáticos ellos, (una buena paradoja de la que hablar) ya que eso requiere además de una inteligencia, si no innata, muy difícil de adquirir, un grado de generosidad que no está al alcance de muchos. Pero vosotros vais sobraoooos, de verdad.

Mi madre es una de esas personas que la reclama...
Os cuento que a mi madre la quiero, que no le guardo rencor, pero es evidente que le gusta hacer daño, le sale, aunque ella piense que es el mundo el que se emperra en hacérselo a ella.
No la juzgo, pero no me gustan ni ella ni sus eternas artimañas. Nadie que alimente el odio puede gustarme por más madre mía que sea.
No encuentro, ni encontraré jamás, eso espero, una razón que justifique el hacer daño por que uno esté herido.
En alguna entrada de tu blog, Lenka, hablabais muy sabiamente de la palabra consentir, yo creo que ahí está la clave. Yo la respeto y la quiero, pero no la consiento. Me sé de arriba abajo todo lo que ella argumenta para justificar su elección de alimentar el odio, pero si quiere relacionarse conmigo jamás podrá hacerlo desde ahí.Ni ella ni nadie. Mi elección es y será no relacionarme con su odio y eso es lo que nos separa.
Odiar es una opción vital, se elije, lo mismo que se elije ser respetuoso o generoso. El que seamos de un modo u otro no nos lo hacen los demás, nosotros somos los que nos hacemos.

También creo que todos en algún grado tenemos nuestro piso, como Manuel, para no diluirnos en las expectativas que depositan los demás en nosotros, pero de ahí a necesitar la clandestinidad para sentir que uno no es desperdiciando su vida, hay una distancia terrible, y yo supongo que deseo que mi padre haya alcanzado esa distancia.

En el cuento de Manuel lo único que no es real es su nombre, pero os aseguro que hasta la conversación fue, si no exacta, sí en ese tono. Otra de esas historias que tanto me dan para rumiar y rumiar...

Juan, "vigilaré" tu blog esperando esa entrada sobre las apariencias.
Eli ya sabía de tu gusto por la serie ya que soy asidua a tu blog, y ¡¡¡¡por favor dime donde me bajo las cinco temporadas de "a 2 metros bajo tierra".!!!! Desde ya ya podemos explayarnos sobre todos los personajes, pero hace mucho que no la veo. Así que dime cómo que yo soy nueva en estas artes de bajar cosas por la red.

Tres besos enormes.

Por cierto me llamo María Jesús, pero desde que llegué a Galicia me llaman Chusa, de chusiña.


Tres besos enormes.

Alberich dijo...

Qué maravillosas historias nos regalas!!!!
A veces es cierto q no existen palabras.
Espero q te sirva la promesa de q son ciertas las lágrimas q enjugo, ahora mismo, sobre mi rostro.

Gracias.

Eli dijo...

Chusa...
Me gusta ese nombre. Evoca intimida, complicidad frente a una chimenea con un café en la mano.
Encantada entonces de conocernos.

¿Recuerdas en la serie cómo Nate empatizaba con los familiares de los difuntos? Él siempre decía que su padre llamaba a eso "tener un don".

Yo creo que las personas nacen con ese don o careciendo de él. Y cuando no lo tienes es imposible reclamarlo.
Creo que hay personas que cuando se encuentran se reconocen e inmediatamente notan cómo encajan.
Con otras, chirriamos sobre todo si pretendemos encajar a la fuerza.

No sé, me estoy perdiendo un poco.

Lo que quiero decir es que yo conozco personas como tu madre. Y si tú eres como yo comprendo perfectamente que tus entrañas se rebelen ante sus actos.
Es algo instintivo, ni casual ni planeado sino que va con nosotros.

Cuando quieras, comentamos sobre la serie, los personajes, los diálogos...¿Cómo es posible superarse en cada capítulo y salir de lo convencional sin caer en el ridículo?

Voy a buscarte los enlaces para descargarlos ahora mismo, aunque te advierto que son muchos.
Te los envio en un correo por la cuenta de este blog.

Besos, Eli.

Lenka dijo...

Encantada, Chusa. Encantada desde hace ya mucho tiempo.

Sabes? Una buena amiga de mi madre vive una situación parecida a la tuya, aunque, en su caso, es el padre el que hace daño a todo lo que se le acerca y la madre la que se desvive en justificar el comportamiento de su marido. Pero a lo que voy, esa amiga decidió, como tú, que podía amar, pero no consentir. Así que siempre está ahí dando amor a sus padres, siempre es la primera cuando la necesitan, pero no tolera que la involucren en sus historias, ni que la sometan a chantajes, ni se calla ante las justificaciones. Creo que es un modo muy lícito de hacer las cosas.

Qué puedo decir? Conozco a otras personas que se parecen a lo que nos cuentas de tu madre. Personas de estas de las que, al final, no queda otra que afirman: "qué mala es!!" Al final casi siempre he creído comprender que las personas que siempre atacan es porque, en efecto, se han sentido atacadas. Ojo, no tiene por qué ser cierto, por eso recalco que "se han sentido" atacadas. Lo justifica? Para nada, sólo ayuda a intentar entender. A veces esto sirve para encarar a estas personas y hablar con ellas de otro modo, hasta para hacerles comprender. Muchas veces no sirve de tanto, porque nunca admitirán que la verdad es otra, por mera terquedad, por costumbre, o porque, realmente, no logran ver las cosas como nosotros.

Qué hacer? A saber. Si no podemos ponerle remedio, al menos habremos logrado entender un poco más la realidad que vive esa persona. Lo que no quita para consentirles desmanes, claro, pero quizá sí ayuda a no sentirnos tan impotentes o tan alucinados. Porque el pensar: "es mala y ya está", debe ser muy difícil de tragar, aunque parezca una conclusión tan simple.

No sé, que me lío sola. Al final es que siempre intento entender un poco más a todo el mundo. No siempre lo consigo y no siempre ayuda, pero muchas veces sí. Y no significa en todo caso ceder en lo que no queremos ceder por principios. Es un ejercicio para uno mismo, supongo. Por todo eso del lastre del rencor, ya sabes. Yo prefiero un "mi madre ataca porque se cree atacada" que un "menudo mal bicho". Porque seguramente es cierto, porque es más fácil así, porque es más sano, más humano, más noble. Porque implica comprensión y perdón y vive uno más relajado que odiando, como bien sabes. Y hasta porque es más fácil frenar y no consentir cuando tenemos más claro qué es lo que estamos frenando y por qué.

Y lo dejo ya, porque empiezo a da vueltas y al final no me entiendo ni yo!!
Un beso, Chusa.

Sra de Zafón dijo...

Entro a este blog y guardadas para mí, tendidas por pinzas invisibles en una cuerda del espacio/tiempo, encuentro vuestras palabras llenas de emociones, reflexiones y sentimientos...
Me alucina descubrir como la suspensión en el aire cibernético mantiene intacta la frescura del momento en que me habéis escrito. Incluso me hace sentir una mala anfitriona por no haberos contestado ayer, (supongo que tendré que acostumbrarme a este medio.)


Alberich: tu llegada a mi espacio la enmarcaré, me has dejado sin palabras pero con unas ganas enormes de mandarte un abrazo. Que emocionen mis historias me produce una cercanía casi mágica, porque me siento vinculada a las personas por el mismo tipo de sensibilidad, y eso da mucho gusto. Gracias por pasarte por aquí, intentaré colgar más cosas que te gusten.

Eli: esa frase tuya sobre los encuentros y los reconocimientos la llevo diciendo toda mi vida. Mis mejores amigos son personas que desde el primer día que las ví supe que lo serían. Sé que mi percepción esté sesgada por prejuicios, pero creo que ella solita alcanza la medida justa entre lo que me gusta y disgusta. Y hasta ahora se porta muy bien.
Acabo de ver tu correo con la posibilidad de verme todos los capítulos, gracias. Un regalo que también me alucina. (es que yo sigo en la época de poner la tele y los videos que me traen los amigos.) Lo cierto es que paso muy poco tiempo frente a las pantallas y me apetece mucho poder seleccionar lo que veo, y esta serie…
A esta serie tendré que hacerle una entrada bien completa 


Lenka: Hice un blog por no ocuparte tanto el tuyo  así que aquí públicamente, (aunque seamos un público reducido) quiero darte las gracias.
Me gustas mucho, ya lo sabes. Me gusta como piensas, como razonas, como desvarías, y por supuesto como lo escribes.
Para decir estas cosas no soy nada pudorosa, creo que decir las cosas buenas que nos hacen sentir los demás es de lo mejor que se puede hacer. La comunicación sincera y sin complejos es mi deporte preferido. (una "tara" en contraposición a mi madre)
Tu visión de cualquier película siempre aporta un punto muy lúcido y aunque digas que te lías, yo no tengo esa impresión.
En el caso de mi madre cada palabra tuya me sirve para matizar lo que siento hacia ella. Por ejemplo yo no creo que mi madre por elegir hacer daño sea mala, no, creo que lo que es tonta,torpe y absurda ya que derrocha su vida en tonterías y apenas sabe disfrutarla. Ninguno de sus hijos puede estar con ella sin terminar con ganas de asesinarla,  pero a la vez ninguno de sus hijos la considera mala. Cuando hablamos entre nosotros, todos tenemos la misma impresión: “Menuda vida ha elegido, hace falta ser torpe” A lo mejor tenemos que estarle agradecidos, porque todos tenemos clarísimo que no queremos ni pensar como ella, ni actuar como ella, ni sentir como ella, ni vivir como ella, y es bastante facil elegir caminos negándote a tomar otros que sabes positivamente que no te gustan nada.

Os dejo ya que hoy me espera un día simpático, tengo que ver a un grupo de mulleres rurais (mujeres rurales) y empresarias, que si las soltaran por el país creo que arreglarían todas nuestros problemas financieros a las mil maravillas.

Besos.

Lenka dijo...

Muchas gracias por tus palabras, Chusa. Me llenan de orgullo y satisfacción (parezco el Juancar) y me ponen colorada ;)

Y claro, estoy convencida de que no se trata de maldad. Creo que lo defines bien cuando hablas de "torpeza". Porque invertir tanta energía vital en molestar a otro... es triste, sí. No creo que valga la pena, y, al final, son dos los que resultan infelices. Es una pena que tu madre no haya elegido otro camino, por ella misma. Que cargue con ese lastre. Al final se perjudica ella también. Seguramente podría ser más feliz de otro modo. Quizá no lo haya pensado, o no sepa cómo hacer. Quizá haya hecho de ese camino el sentido de su vida. Lo bueno es que nunca es tarde para ver la luz (ojalá, ojalá la vea!!) Y también es bueno lo que comentas. Por duro y tremendo que suene, podrás sentir gratitud hacia tu madre por mostrarte una senda que prefieres no seguir. Es duro y tremendo porque es una lección que has aprendido a costa de su mala elección. Pero es de agradecer igualmente que, aunque sólo sea por oposición, una madre haya dejado esa impronta en sus hijos, esa convicción. Si desgraciadamente no llega a ver la luz, os la habrá regalado a vosotros.

Sé que no consuela mucho, seguro que habríais preferido, por ella, que eligiera un camino que la hiciera más feliz. Yo renunciaría a muchas lecciones si eso hiciera más feliz a mi madre (aunque me tuviera que llevar yo los porrazos) y seguro que opinas como yo. Pero si el "sacrificio" es inevitable ya (que, repito, ojalá no lo sea) al menos habrá dejado esa luz a sus hijos, aunque sea de la manera más dura.

Suena a consuelo estúpido de libro de autoayuda, pero sé que sabrás entenderlo infinitamente mejor de lo que yo lo explico.

Un beso, Chusa!

Sra de Zafón dijo...

¡Anda, Lenka que seguías por aquí!

Ninguna palabra tuya suena a libro de autoayuda :-)si lo sintiese así no me habría acercado a ti y me considero una tía lista acercándome a las personas. :-)

Es verdad que por ella todos preferiríamos que fuese de otra manera, porque nosotros ya hemos conseguido que no pueda colarse en nuestro ritmo vital, aunque lo altere un poquillo.
No hace mucho nada más decirle: "Mamá, o paras o tendrás que irte" (frase costosa donde las haya) Me dijo, mirándome a los ojos condagas en vez de pupilas, que se sentía muy orgullosa de mí, porque tenía muy claro que no quería ser como ella y no lo era.
Me lo dijo con muy mala ostia, pero se lo agradecí y le di un beso, y paró, y pudo seguir en mi casa.
Es ella la que decide si quiere o no quiere estar conmigo.
He aprendido a tratarla con la misma ternura y firmeza que trato a los niños, pero a esta niña si que me dan ganas de matarla :-)

Besos, coellista imposible.:-) (más y más risas)

Katha dijo...

¡Qué bonito! ¡Qué triste! Tremendamente triste .