Techo y paredes de laureles y castaños
Mobiliario ergonómico entre las piedras de los muros que cerraban las huertas
sopa de ruda, mirto y agua
pastel de chocobarro
Habanos de heno liados con las hojas de las libretas del curso que acababa de terminar y
EL AJUAR:
Manteles y servilletas hechos con periódicos y fotonovelas
Platos y cubiertos viejos, de abuela feliz con las vacaciones de sus nietos.
Jaulas de grillos fabricadas por algún viejo del lugar,
Frasquitos de cristal, de la última inyección de algún abuelo, donde poder guardar, por un rato, las mariquitas mascota.
Sombreros atrapa mariposas con mariposas atrapadas.
Botellas y frascos florero.
Collares, pulseras y anillos de margaritas, y otras flores silvestres.
Maquillaje de teja de barro, lapiz de labios de piedra roja, y espejos de armario roto arrojado por algún vecino a la hoguera de San Juan.
Jugábamos a las casitas, a ser mujeres de hombres que no nos hacían ni caso y muy buenas mamás. De vez en cuando, además de jugar a ser amitas de casa, nos convertíamos en diosas creadoras de hombrecillos, eso sí, hombrecillos muy piadosos y obedientes, e incluso oficiábamos misas…siempre y cuando en el prado hubiese las suficientes amapolas para llenar los bancos de la iglesia con estos frailes.
Un fraile, otro fraile, un monaguillo, otro monaguillo..
las ostias, de comer, eran botones de mandilón :-)
También teníamos escopeta de balines, tirachinas y cuchillos de verdad, pero esa sería otra historia.
La de hoy son estos recuerdos bailando en mi cabeza y acariciando mi estómago como alas de mariposa, al ver las amapolas en el prado del vecino y recordar los monaguillos de mi infancia.
Mis curas de aquel tiempo, además de sentarles mal el aire acondicionado del vaticano, se llamaban igual que los de Rubén Blades y en su iglesia también colgaba el cristo de palo de la pared....