martes, 22 de diciembre de 2009

Feliz Navidad!




El año pasado utilicé al gran Tom Waits, este año será el enorme Bono, con el sueño de navidad lleno de nieve que le vendieron...(algo así dice la letra)

Aquí, como él canta, no hay nieve, sólo lluvia, pero mi casa está llena de abrazos, y vacaciones, así que la nieve como que me da igual.


¡Feliz Navidad y besos enormes!


sábado, 19 de diciembre de 2009

Regalo en una botella



"El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma."
Aldoux Huxley

Me fascina este hombre. "La isla" es un maravilloso libro que se ha quedado a vivir dentro de mí, y del que ya di cuenta por aquí, pero hoy traigo a Huxley a mi prado por esta maravillosas palabras que llevo rumiando desde hace unos días.
Llegaron a mí dentro de una botella verde que flotaba por el mar, justo el día en que yo pensaba que alguien a quien conozco le estaba sucediendo esto.
Las he rumiado, a ellas y el modo en que llegaron a mí, y he decidido lanzar más frases de Huxley en botellas. Me apetece devolver al mar la espuma que me produce leerle y, si hay suerte, que alguien reciba un regalo. A mí me encantó recibirlo, ¡y eso que tuve que mojarme hasta las rodillas en esta gélidas aguas! Botas, calcetines y pantalones fuera, y ... correr, para no quedarme helada mientas me secaba. Al llegar al coche agradecí la calefacción con orientación a los pies, como nunca. :-)
Pondré la dirección de este blog a ver si alguien las encuentra y me lo cuenta. Para mí fue todo un regalo que agradezco a un escueto nombre, Luis, que un siete, del siete del dos mil siete, lanzó tanta belleza y sabiduría al mar.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Los ángeles de mi huerto


Este verano se nos fue Miguel, un octogenario que hacía posible que en nuestro huerto creciesen los tomates y las verduras como las flores de un armonioso jardín: ordenados cromáticamente, luminosos, saludables, preciosos, deliciosos. Era un gran narrador de historias del realismo mágico gallego que, además de cuidar nuestro huerto, regaba las neuronas de nuestro edén onírico. Para él y para nuestro nuevo asesor de huertas y narrador de sueños va esta entrada.

Se conocían, se querían y discutían sobre el bien y el mal de la agricultura ecológica, Miguel nunca dejó de practicarla, y a pesar de que Ángel lo fumiga todo, un día, (no había pasado ni una semana de la muerte de Miguel) apareció por casa para cuidar su huerto, el de Miguel, no el nuestro, y a la manera de Miguel, no a la suya, lo que nos dijo mucho del amor y respeto que siente por sus amigos.

- ¡Ay, tengo que venir por aquí porque no soporto la penita de que no sepáis cuidarle la huerta a mi amigo!

Esa tarde, mientras seguía sus pasos y hacía lo que el me decía, y él no paraba de hablar, sin apenas respirar y con los ademanes de una vieja de setenta años, comprendí que nuestro huerto se había convertido en refugio para seres solitarios con tantas ganas de compañía y respeto, como de ocuparse de lo que los demás no saben, o no pueden, y de nuevo entregué, con gran placer y admiración, nuestro huerto a otro ser mágico

- Hay que limpiar alrededor de cada pie. Hay que arrancar esas hierbas y capar estos tomates. Trae la regadera, que me dijo Miguel que ese bidón está lleno de ortigas y pieles de ajo y vamos a fumigar esas judías que él iba a hacerlo esta semana y que no quiero que Miguel se nos revuelva en el nicho por una tontería de estas. De revolverse que lo haga porque su nieto se enamora de mí, su nieto o lobezno, que me da igual, que yo lo que necesito es alguien que me quiera y me comprenda – Me dijo de un solo tirón, hasta tomar otra bocanada de aire, justo antes de continuar con más instrucciones y pensamientos en alto.

De pronto, como invadido por la melancolía de la pérdida de aquel viejo amigo, siguió hablando conmigo como si lo hiciese con el muerto.
¡Ay Miguel, nunca se es viejo para morir mientras se pueda seguir cavando la huerta!
Te fuiste y ahora a ver a quien le suelto yo mis rollos patateros, nunca mejor dicho…

Yo no podía parar de mirar aquel muchacho de treinta y tres años, de melenas de paja y ojos de río azul, hablando y moviéndose como lo hacía su abuela. Una fotocopia de aquella vieja que hace años me abrió la puerta de su casa en uno de mis trabajos, y que me facilitó, de modo casi milagroso, que se abrieran las puertas de todas las otras reacias viejas que tenía que entrevistar sobre carencias sociales.

- “Mi madre no murió de amor de milagro, ¡De- mi-la-gro! Mira bien lo que te digo: ¡De- mi-la-gro! ( yo no sabía si ahora hablaba conmigo o seguía hablando con Miguel)
Mi padre era guapísimo, un tipazo, mi hermana Pilar y yo salimos a mi madre. Los otros cuatro salieron a mi padre.
Tan guapo y tan buen tipo y sabe dios lo qué…que mi madre chifló…
Es que aquello no era amor…aquello era una enfermedad, no tiene otro nombre más que ¡locura, auténtica locura!”

Así comenzó la primera narración de Ángel, un agricultor tan expresivo como sorprendente, pero hoy no voy a seguir con ella. Dejaré sus palabras para la siguiente entrada, palabras que escribí nada más entrar en casa, tras esa primera tarde de agosto con él. Hoy voy a seguir contando por qué para mí es tan sorprendente el hombre que ha decidido que mi huerto siga hermoso y productivo como lo dejó Miguel.




Para mí es totalmente sorprendente por haber estudiado magisterio y haber abandonado la profesión por aburrirse de padres y compañeros, no de los niños;
Sorprendente porque a los dieciocho años ya había conseguido ahorrar dos millones de las antiguas pesetas, arrastrando, desde los trece, cajas en la lonja de cuatro de la mañana a cuatro de la tarde, sin faltar ni un sólo día, para poder conseguir el dinero con el que irse a Santiago a estudiar… magisterio.
Por elegir mujeres de más de sesenta años como sus mejores amigas.
Por ser un chico rubio de ojos azules de treinta y tres años y hablar exactamente igual, y de las mismas cosas, que su abuela de ochenta.
Sorprendente por pasarse las tardes de invierno bordando manteles de hilo y las de veranos embotando conservas, mientras repasa con su madre la vida y afectos de cada uno de sus hermanos.
Por pasar los primeros domingos de cada mes de ayudante de una dentista, tan extraña y sorprendente como él, que arregla bocas gratis a los chabolistas que viven en el monte y a todos los inmigrantes sin papeles que se enteran que ella existe.
Por cuidar de un hermano que se volvió hermana en la adolescencia, que triunfó en los escenarios y al que lleva manteniendo desde que en Madrid cogió el Sida y perdió sus relaciones y su vida.
Sorprendente por llevar criados dos sobrinos desde que nacieron hasta que empezaron a ir a la escuela y haber cuidado hasta la muerte a una abuela y cuatro tías. “Di que hubo poco que cuidar, sólo hacerles compañía, que eran fuertes como yeguas, fuertes, guapas y altivas”
Por tener como mayor heroína a su abuela y por guardarle luto riguroso durante dos años.
Por no querer comulgar al sentir que no lo merece, dadas sus apetencias afectivosexuales, penadas por la santísima madre iglesia católica y apostólica, que él tanto respeta, y a la vez aconsejar a la residente más mística de la residencia de ancianos en la que trabaja: “¡Qué más sexo y menos amor mujeriña, que el amor sólo, sin sexo, es una tristeza!”
Sorprendente por ser el sol que más alumbra las habitaciones de los ancianos de la segunda planta de la Residencia de monjas, de un pueblo en la Ría de Vigo.
Por todo lo que siente y hace por la gente: Lava, peina, ayuda a comer, hace manicuras, da mimos y se tumba en la cama de los insomnes para acariciarles y contarles historias que necesitan escuchar:
- ¡Ay Doriña, la vida a veces es muy cruel pero otras veces es de risa! ¿Te acuerdas cuando volvió tu marido de comprar tabaco después de quince años ausente? Yo sí, yo era un niño y me acuerdo como si fuera hoy. ¿Y la cara que le echó? Mira que contarle a la guardia civil que alguien le había cambiado la puerta de casa y pedirles que le ayudasen a entrar aprovechando las horas en que enlatabas xoubiñas y mejillones…
¡Quince años tú ahí soliña criando hijos y sin rastro del borceguí ese, que ni llegaba a bota, y luego el muy cabronazo: “Señor guadia, señor guardia ayúdeme, que me cambiaron la puerta mientras salí ahí a comprar tabaco.” Lo gracioso es que el tío no mentía, solo omitía, ¡qué cabrona es la verdad y que puta la mentira!
No sé como tuviste valor para aguantarlo, o sí, cómo no he de saber, si de estas historias … ¿quién no tiene una en su propia casa? Mira mi madre si no…
Y tú allí plantada, diciéndole al cabo Lamas que no conocías de nada a ese señor y mandando callar las bocas y gestos de las vecinas. Y bien que callaron, que nadie reconoció a aquel tarado durante tres días.
¡Ay qué vidas más intensas y más duras, Doriña, pero qué risa! Para nosotros, los niños, fue una fiesta todo aquello ¿Te acuerdas que tiesa eras? Porque guapa aún lo sigues siendo, que quien tuvo retuvo, y eso del genio y la figura es más cierto que la virginidad de la propia virgen… y ¿sabes que te digo? qué viva la santa que te parió con los ovarios tan en su sitio. Pedazo mujer fuiste y serás por siempre, Doriña.
Anda duerme, que mañana no va a ver quien te levante, y si quieres que te deje lavada antes de irme ya sabes que tienes que estar despierta a las siete.

Sorprendente por ser tan joven, tan distinto, con los poros y el corazón abiertos a tantas historias y seguir llevando tantas sonrisas y amor dentro.

Un beso agradecido para todos los que echasteis de menos las historias de mi gente.
Espero seguir teniendo tiempo para lo bueno de verdad.